MOSAICO VIVO | P. BALTASAR

MOSAICO VIVO | P. BALTASAR

  • Autor: P. Miguel Angel Portugal Aguilar, CMF

Aunque ya había escuchado de su persona, no fue sino hasta el año 1998 que fui destinado a la comunidad de San Antonio Ma. Claret, en la ciudad de México cuando tuve la fortuna de cruzarme en el camino con tan insigne hermano y todo por pura gracia del Señor, que va poniendo personas, acontecimientos y sucesos en nuestras vidas para su mayor gloria.

Don Balta, fungía en ese entonces como superior de la comunidad y yo fui destinado a esa casa recién ordenado diácono y estudiante de la maestría, al mismo tiempo que me confiaron el cuidado y resguardo del archivo provincial. Toda una combinación de circunstancias para caminar juntos en aquella comunidad de la curia provincial, donde me encontré con un hermano,  un misionero pero sobre todo a un hombre de Iglesia que amaba la congregación.

Posteriormente conviví con mi amigo don Balta, en la comunidad de Torreón Guadalupe donde profundicé  en su  amistad y fui testigo más genuino de su calidad humana y cristiana. Lo que más me llego a impresionar de su persona fue su celo pastoral y entrega a los enfermos, a la formación de agentes y la atención al pueblo de Dios en general.  Un hombre que se veía realizado y siempre con el gesto amigable de la alegría… de quien ha vivido en plenitud, de quien ha descubierto el tesoro mayor a través de los años y ha vendido sus mayores seguridades para comprar el campo que abriga la perla preciosa del Evangelio.

Incansable misionero en tierras norteñas de Nuevo Laredo, comunidad que recibió sus mejores años de labor pastoral. Gran emprendedor de obras apostólicas y construcciones hermosas para el culto público. Ya en sus años de madurez humana y misionera un gran confesor y director espiritual que supo ganar el corazón y aprecio de la comunidad parroquial y provincial.

Yo lo quiero recordar como “el misionero de la alegría” por su sonrisa siempre amable y su capacidad humana de escucha; pensando siempre en los demás y entregándose entero para que gozaran de la vida en abundancia que promete el Maestro. Su pasión por vivir le hizo superar varios accidentes de gravedad a que se vio expuesto por causa de su servicio pastoral en momentos críticos para quien prestaba auxilios espirituales. Estas vicisitudes de salud le fueron diezmando la vida poco a poco, pero su alegría y entrega misionera nunca se vieron desanimadas por los efectos del sufrimiento o el cansancio senil.

Un claretiano siempre atento a buscar lo oportuno y eficaz para negociar el talento y ganar frutos para Reino. Gran devoto de la Santísima Virgen en su advocación de Inmaculado Corazón de María y un hombre con  actitud de misión permanente… porque sabía que el anuncio del evangelio nos apremia.

Solía llamarme no por mi nombre, sino con el mote de “escuincle”, como también se dirigía a muchos de sus amigos cuando llegaban a entrar a su corazón de padre y compañero de camino. Recuerdo que el día previo a mi ordenación sacerdotal ya avanzada la noche, me entraron los nervios y acudí al superior de la comunida, tocando a su puerta le grite: “Don Balta” mañana me ordeno y nunca he celebrado una misa… no sé cómo hacerlo. El con toda la paciencia del mundo y aún con pijama y pantuflas de descanso, me acompaño hasta el templo y pacientemente me fue diciendo cada paso en el desarrollo de la “Santa Misa” como me lo recalco significativamente  desde que comenzó la instrucción. Con esto me tranquilizó y me dio soporte para el día siguiente en que le obispo me consagrara sacerdote “para siempre” y misionero hasta el fin.

Tantos recuerdos y vivencias que nos ha dejado a los hermanos de provincia y tantos rostros y corazones que cautivó su entrega misionera, que no cabría escribirlas en ninguna semblanza ni en ningún libro, pero que seguramente están inscritas en el libro de la Vida, de donde nunca serán borradas, porque un acto de amor nunca se pierde en la historia… es eterno.

Gracias “Don Balta” por enseñarnos que la vida del misionero es apasionada entrega, alegre travesía y abandono sublime en las manos del Padre bueno. Que el Señor haga crecer aquello que con tus manos consagradas sembraste y con tu sudor misionero fuiste cuidando en la viña del Señor.

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