
UN MENSAJE DE PAZ
- Autor: P. Enrique Mascorro López, CMF
La paz les dejo, mi paz les doy; yo no se la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo
Jn 14, 27
La paz es un tema recurrente en la historia humana. Podemos considerarla como una de las utopías más profundas del corazón humano. Se anhela la paz y sin embargo surge la violencia a nivel familiar, nacional e internacional. Los muchos conflictos localizados en el mundo, por citar algunos importantes, entre palestinos e israelitas, rusos y ucranianos, han llegado a preocupar al Papa hasta advertir del riesgo de una tercera guerra mundial.
La causa de toda confrontación, entre miembros de una familia, de naciones y regiones, normalmente se da por la disputa de intereses. En las primeras páginas del Génesis se nos narra el asesinato de Abel por su hermano Caín, en el trasfondo por celos y competencia. Se pierde fácilmente la paz para dar paso a la guerra, se abren zanjas imposibles de cruzar, como lo advierte el evangelio de San Mateo en la relación del Epulón con el pobre Lázaro (Mt 25).
También perdemos fácilmente la paz a nivel personal. Perdemos la armonía y vivimos desconectados por el resentimiento, el odio, la competencia. Para algunos, la depresión se convierte en la enfermedad de nuestra época. La psicología, la tanatología y otras disciplinas vienen sumando herramientas y estrategias para trabajar el conflicto y conducir a las personas a la paz y a la armonía. Aquí conectamos el don de la paz, ofrecido por Jesús a su comunidad apostólica. Literalmente les dice: “La paz les dejo, mi paz les doy; yo no se la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo (Jn 17, 27).
Resaltemos lo siguiente: Jesús ofrece la paz a sus discípulos antes del conflicto de la cruz. Sabía de la fragilidad de ellos y les ofrece este gran don para sortear el desencanto y el nerviosismo que les espera. Ver a Jesús, su Maestro, en la cruz les haría perder la paz y enfrentarían el reto de recuperarla.
Segundo, resuena la frase “yo no se la doy como el mundo la da”. La paz de Jesús es una paz duradera, no de papel. Es una paz que no se consigue con la espada de la violencia, sino con el perdón y la misericordia. En la cruz el Crucificado exclama: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Segundo Galilea, representante de la Teología de la liberación nos advirtió: “Jesús muestra en la cruz un rostro misericordioso, no el de un Dios resentido”. La paz de Jesús nos propone la comunión con Dios, con los hermanos y con la naturaleza; no es una paz resultante de la búsqueda desenfrenada por tener, poseer y dominar.
Otra frase importante de Jesús: “No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo”. El miedo paraliza nuestra acción, nos quita vida y entusiasmo. A la hora de la prueba de la cruz los apóstoles tuvieron miedo, se encerraron y se dispersaron. Sólo el reencuentro con Jesús vivo y, más tarde, el soplo del Espíritu les renovará la paz y la alegría perdidas.
Vivimos en medio del conflicto y de la violencia, perdemos con frecuencia la paz. El tiempo pascual, el triunfo del Resucitado sobre la muerte, renueva nuestra fe y esperanza. La muerte y la violencia no tienen la última palabra. Por esta convicción de fe hacemos nuestra la súplica de pobre se Asís: “Oh, Señor, hazme un instrumento de tu paz”.