
RETOS Y DESAFÍOS PASTORALES ANTE LAS REALIDADES JUVENILES URBANAS
- Autor: Prefectura de Apostolado
Evangelizar significa llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad. La Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos (EN, 18). Es cierto que la ciudad, por sí sola, refleja una complejidad en la acción evangelizadora. Al respecto, el Documento de Aparecida afirma que las grandes ciudades son laboratorios de una cultura contemporánea y plural (DA, 509). La Iglesia no puede continuar ofreciendo respuestas y soluciones rurales a interrogantes y problemas urbanos. Urge encarnar el Evangelio en una nueva cultura urbana, teniendo en cuenta que el proyecto divino sobre todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y países pasa actualmente por la ciudad moderna, por las plazas y calles, por sus sectores y ambientes, en esta época en que la mayor parte de los destinatarios viven en las ciudades.
No es sólo propio de la ciudad, sin embargo, es el lugar donde más se constata, la existencia de una transformación de comportamientos religiosos. A simple vista pareciera que las personas han dejado de ser religiosas; y no es así, más bien, las manifestaciones y comportamientos religiosos se han transformado. Es cierto que hay una disminución progresiva de las prácticas y creencias religiosas, sobre todo las realizadas a nivel institucional, así como un alejamiento de las instituciones eclesiásticas.
La realidad urbana reclama una interlocución evangélica, es decir, un quehacer pastoral donde no existan emisores y destinatarios, sino más bien interlocutores; donde con respeto se pueda dialogar y de esa manera, de un modo más fresco y atractivo, presentar la propuesta de Jesús, invitando al seguimiento.
El punto de partida para cualquier evangelización es la presencia humana desinteresada, fraterna y solidaria con la gente en sus angustias y esperanzas (GS, 1). Es necesario crear una sensibilidad social en el agente de pastoral juvenil, de modo que éste pueda percibir las grandes necesidades de los jóvenes. Las ciencias humanas y sociales son un gran subsidio para la pastoral en este campo.
Esto traería como consecuencia, que los agentes de pastoral juvenil, en general, estarían en condiciones de descubrir los espacios vitales en los cuales los jóvenes buscan sentido; de observar con ternura sus lenguajes simbólicos a través de los cuales manifiestan imaginarios y anhelos de un mundo que quieran vivir; de poder interpretarlos para descubrir en ellos las Semillas del Verbo, o sea las huellas divinas del Resucitado. Gracias a este acercamiento el agente de pastoral juvenil se siente movido a buscar en la riqueza del Evangelio y en la tradición pastoral de la Iglesia, espacios, tiempos, símbolos y rituales que respondan a los anhelos interpretados, a fin de ofrecerlos a los jóvenes como complemento en su búsqueda, como respuesta sobreabundante a sus anhelos. No podemos seguir insistiendo en una evangelización puramente espiritual; hoy día, lo vital es la lucha por ser, por sobrevivir y lograr mejores niveles de vida. Sin lugar a dudas, la ciudad es un lugar de oportunidades, de posibilidades e ilusiones, pero sólo para unos pocos, no para la gran mayoría. Consecuentemente los agentes tendrían que vivir de manera propositiva, cultivar el valor de la tolerancia y la capacidad de diálogo, y articulación con todas y todos.
Cultivando la “samaritaneidad”
Por “samaritaneidad” entendemos la actitud de sensibilidad ante el que está tirado; recogerlo con ternura y cuidarlo en forma permanente. El primer obligado a la “samaritaeidad” es el agente de pastoral juvenil. La “samaritaneidad” se vive en primer lugar, no se predica, se actúa.
Signos de “samaritaneidad”
Aparecida hace mención del sinsentido con que se vive la vida (DA, 109), Y quizá esto cada día se agudiza más. Y es que el interesarse por conocer y leer el lenguaje simbólico de los jóvenes, puede muchas veces verse como sinsentido.
Enseguida mencionaremos algunas propuestas concretas de “samaritaneidad”, que pueden responder a los anhelos que padecen y expresan en su lenguaje simbólico, los jóvenes de nuestro tiempo.
• Testigos de la resurrección. El joven, más que maestros, busca testigos auténticos de la resurrección, que con su vida y acciones los sensibilicen visiblemente.
• Fomentar la generosidad del joven. Es necesario cultivar el desinterés de uno mismo, de explotar e incentivar la generosidad del joven. En la actualidad las misiones juveniles en lugares empobrecidos ponen al joven en situación de rozarlos sensiblemente.
• Acciones de entrega juvenil. Se trata de ofrecer a los jóvenes acciones puntuales -ya que les es difícil entregarse en forma permanente- para ejercerlas temporalmente.
• Valorar la realidad desde una realidad diferente. Ante el individualismo existen acciones más puntuales al respecto, para ello las misiones sobre todo en lugares necesitados, donde padecer en cierta manera incomodidades a las que no estamos acostumbrados –como dormir en el suelo, comer junto a enfermos, comer muchas veces lo que no nos gusta, etc.– hace que el joven valore lo que tiene y además aprenda a dejar de pensar sólo en sí mismo, dándose cuenta que otros sufren más que él y motivando a realizar futuras acciones a favor de las personas con las que se convive en esos períodos.
• Acciones que den identidad. Una buena propuesta es generar actividades que identifique a los jóvenes. Por ejemplo, incentivar una pastoral juvenil que además promueva actividades culturales (festivales), espacios intelectuales, etc.
• Acciones en beneficio de los más débiles. Un signo de “samaritareidad” es crear espacios donde informarnos y donde informar de los derechos humanos.
• Favoreciendo la ecología. Es necesario fomentar actividades que favorezcan el cuidado de nuestro entorno. Promover entonces actividades en beneficio de la naturaleza, permite incentivar en el joven la importancia de participar en el cuidado de lo que Dios nos ha dado para todos. Realizar campañas de reforestación, de limpieza de nuestra colonia, de pinta de bardas y banquetas, etc. Benefician este aspecto.
Ése es nuestro quehacer en el trabajo con los jóvenes, ser en primer lugar, sensibles a lo que están viviendo, leer sus anhelos e imaginarios, compadecernos de ellos y, mostrando la misericordia de Dios en nuestro trato, buscar respuesta a sus necesidades con actividades concretas.