
MOSAICO VIVO | P. ÓSCAR
- Autor: Hno Sabás C. García, CMF
La vida de Óscar nos motiva a no desistir en trabajar en favor de los empobrecidos, atendiendo no sólo las consecuencias, sino las causas.
El 23 de marzo de 2021 es una fecha memorial, en la que nos unimos en oración agradecida por la pascua eterna del misionero claretiano padre Óscar Rodríguez Linares (1938-2021). Nos entristece su partida, pero agradecemos su incansable trabajo misionero en diferentes partes de México, especialmente entre los sectores empobrecidos y marginales suburbanos y rurales.
El punto clave que marcó su vida con talante profético, fue aquel momento eclesial -novedoso Kayrós-, que representó para la Iglesia universal el Concilio Vaticano II (1965); para Latinoamérica, las Conferencias Episcopales de Medellín (1968) y Puebla (1979), y para la Congregación, los Capítulos Generales de renovación (de 1967 en adelante). Estos eventos generaron importantes novedades teológicas, pastorales y espirituales. Óscar se identificó con las directrices postconciliares y supo aprovechar los espacios que brindaba la Provincia Claretiana de México, acercándose y haciendo equipo con otros hermanos con inquietudes similares.
Su servicio misionero estuvo motivado por una evangelización que tiene como eje central el anuncio del Reino de Dios, de aquél Dios anunciando por Jesús, que se encarna entre los pobres y sufrientes, enmarcada desde la perspectiva eclesial en la “opción por los pobres” y en la promoción de la justicia social por diferentes medios, si bien, su método preferido fue el que promovía el Movimiento de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs).
Inicialmente, Óscar había profesado como Misionero Hermano, en los tiempos en que esta opción estaba abriendo nuevos espacios para este estado. Sin embargo, imagino que el despertar del celo pastoral y profético del momento le hizo reconsiderar que su carrera de contador le destinaba simplemente a tareas administrativas. Se infiere que, esa fue una de las razones que le motivó a solicitar su formación y ordenación sacerdotal.
En situación de búsqueda, Óscar se unió al “Equipo Misionero Itinerante”, con los padres Heraclio Pérez (“Lako”), José Luis Camarena y Rafael Ruiz Loreto, al que el obispo le solicitó organizar una pastoral adecuada ante la llegada masiva de nuevos trabajadores para la Planta Siderúrgica de Lázaro Cárdenas, Mich. También, estuvo varios años en Tlacoapa, Guerrero, una de las zonas más pobres del país, junto con Lako, Román Ángel, José («Pepe») Vargas y Ricardo Saavedra. Este equipo consensuó su opción por una evangelización inculturada y desarrollista, con apertura hacia la transformación de estructuras injustas.
Además, radicó en las rancherías del Cañón de Jimulco, Coah., en Santa María Zacatepec, Oax., entre los pobladores mestizos y la etnia Tacuate y en la misión de Palizada, Camp., donde tuvo una crisis cardiaca que ocasionó ser llevado con urgencia a la Ciudad de México.
Estuvo en la zona suburbana de Ciudad Juárez, Chih., donde logró tejer una red de sesenta CEBs. Esta red de comunidades fue un factor decisivo para materializar, junto con otros feligreses, una cooperativa de productos alimenticios, con el fin de beneficiar a las personas de escasos recursos económicos en la zona suroriente de esa ciudad. Al mismo tiempo, ofrecían capacitación y promoción de los derechos laborales a las personas trabajadoras de la industria maquiladora.
La última parte de su vida la desarrolló en el templo de san Hipólito y san Casiano, en la Ciudad de México; lugar emblemático por la veneración a san Judas Tadeo. En ese entorno, Óscar no fue indiferente a la realidad de los jóvenes con adicción a las drogas, que vivían en las inmediaciones del templo. En un principio, su objetivo era crear un conjunto de CEBs en la colonia Guerrero, para que las mismas personas de esos sectores urbanos se hicieran cargo de la situación de esos jóvenes. Sin embargo, esos deseos apuntaron a otros derroteros, concretizándose, procesualmente, en la creación de la organización Ángeles de la Calle Para Una Vida Digna, que en 2013 se consolidó como Asociación Civil.
El enfoque de esta organización resultó un aporte significativo en el acompañamiento a las personas con adicción a las drogas, porque no se trataba de formar una institución para internar y rehabilitarlos, sino de un sistema educativo en la calle para «jóvenes de la calle». En 2017 el Instituto Mexicano de Líderes de Excelencia le otorgó el doctorado Honoris Causa, como un reconocimiento a su trayectoria misionera en favor de las personas oprimidas y vulnerables, así como a su equipo colaborador, y de paso, a las víctimas de un sistema que excluye a los pobres, a los «indigentes», al considerarlos como seres de segunda categoría. Este reconocimiento público representó un estímulo a su persona y a su obra, en contraposición a aquellos que desvalorizaban su trabajo.
Tras la partida de Óscar, surgen diferentes interpelaciones y preguntas. Al respecto, el padre Enrique Marroquín, CMF., expresa que:
Una semblanza de un misionero como Óscar no cumpliría a cabalidad su objetivo si no nos dejáramos interpelar por su testimonio y obtener de él provecho.
Para ello, me valgo de dos preguntas:
¿Cómo le hizo Óscar para que a pesar de tantos cambios de Comunidad siempre estuviera trabajando con los empobrecidos? Creo que Óscar dependió de actitudes que podemos imitar: a) Mantener siempre la claridad de nuestra opción: entender la evangelización desde la “opción por los pobres”. b) Reconocer que en sus años de ministerio han existido en la Provincia actual, para quien sepa encontrarlos y ampliarlos, varios espacios para este tipo de pastoral. c) Aprovechar nuestros rasgos de carácter. En el caso de Óscar, podemos calificarlo, o bien como firmeza o bien como terquedad, según el lado de la moneda que queramos ver. d) Entender nuestro voto de obediencia como búsqueda comunitaria de la voluntad de Dios. Esto implica el derecho y la exigencia de dialogar e incluso presionar; pero también, requiere de nosotros flexibilidad y astucia.
¿Se podría calificar la pastoral de Óscar como «profética»? sobre este aspecto me remito a lo siguiente: «Consideramos que el aspecto profético es una dimensión de nuestra vida misionera […] Los profetas son personas seducidas por Dios […] partícipes de su compasión por los pobres y el pueblo. Ven la realidad histórica con los ojos de Dios, sienten con su corazón y proclaman un mensaje […] que es a la vez compasivo e interpelante, por eso crea esperanza y suscita rechazo” (XXII Capítulo General, En Misión Profética, 1997, núm. 2).
No basta estar cerca de los empobrecidos y atenderlos pastoralmente. El profeta anuncia el Evangelio del Reino y denuncia las causas injustas que propician dicho empobrecimiento, por lo que, de alguna forma, reclaman la transformación de estructuras. Esto no puede darse sin afectar el habitual «statu quo» establecido —sus intereses y sus tranquilidades—. Por eso, siempre resulta incómodo. En reciprocidad, se pide del profeta mismo la prudencia. Esta virtud, según el sentir de Santo Tomás, es «el arte de realizar lo que las circunstancias permiten o requieren»: cuando la situación favorece la causa, lo prudente —contra lo que suele pensarse— será correr de prisa; pero cuando la situación le es adversa, lo prudente será menguar el paso, detenerse o incluso, dar dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás. Sostener la profecía conciliada con la prudencia, es un equilibrio que, a veces, se da en el filo de la navaja.
Quizás algunos juzguen esta reflexión teológica de «innecesaria»; pero creo que es indispensable para presentar en su justa dimensión una controvertida intervención de Óscar, en la que su «prudencia» puede valorarse positiva o negativamente (sabiendo que entre el negro y el blanco caben muchos matices de grises). Para comprenderla en su justa dimensión, reseño el contexto histórico en que se dio:
A principios de los ochentas, el Partido Comunista Mexicano decidió abandonar su línea leninista soviética, y auto destruirse como Partido, para facilitar la unión de otros varios Partidos de Izquierda, cambiando su línea seguida, por la versión gramsciana del marxismo, menos dogmática, abierta e incluyente. Fue así que en 1981 se formó el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), y a esta coalición entraron los llamados «nuevos sujetos», es decir, aquellos convencidos de que sus respectivas causas se verían más favorecidas luchando desde la Izquierda (feministas, indigenistas, ambientalistas, etc.). Junto con ellos, entraron varios laicos cristianos, pues hasta entonces, cuando el PCM era de corte stalinista, se les vetaba su ingreso.
Estos nuevos militantes difundieron un tríptico, en el que, con bases teológicas y políticas, se invitaba a los cristianos a votar por el PSUM en las elecciones de 1982. Como reacción a este folleto, el Cardenal Ernesto Corripio Ahumada escribió una Carta Pastoral prohibiendo a los católicos votar por el nuevo Partido. Como contrapeso, los ocho obispos de la Región Pastoral del Pacífico Sur escribieron su propia Carta Colectiva Vivir cristianamente el compromiso político, en la que exhortaban a los católicos a votar por el Partido que fuese, pero enfatizando como criterio, «primero los pobres».
Para entonces, Óscar pertenecía a la Comunidad de María Reyna (Ciudad de México), primero, trabajando en Los Hornos de Santa Úrsula y después, en la Colonia Hidalgo, promoviendo las Comunidades Eclesiales de Base. Acorde a la metodología de este movimiento (ver, juzgar, actuar), Óscar llevó como su «hecho de vida» semanal, la Carta Pastoral del Cardenal. Después de dialogarla, las Comunidades acordaron hacer un pronunciamiento público contra una medida que parecía excesiva, pues, más que responder a orientaciones teológico-pastorales, podía interpretarse como una posición política favorable a la Derecha. Un diario publicó un resumen de dicho pronunciamiento, lo que molestó al jerarca, y al parecer, esta fue una de las causas para dar por terminado el contrato de la Vicaría con los Claretianos.
En las situaciones reseñadas —y en otras no recordadas—, no se puede negar que el valeroso testimonio de Óscar verifica que, «aquellos que vivieron sacrificando, como Jesús, la vida por los demás, por amor a una vida más digna, heredan la plenitud de la vida» (Cfr.
L. Boff), y ejemplifica que el ideal evangélico —«nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los otros» (Cfr. Jn 15,13)— se hace realidad en la historia imperfecta de los seres humanos. Asimismo, su coherencia cristiana se une a la de muchas mujeres y hombres que, como monseñor Óscar Romero —cuya memoria coincidió con el día del funeral de Óscar Rodríguez (24 de marzo)— nos interpela, a los que aún somos peregrinos en esta “tierra crucificada”, a no perder de vista que «El pastor tiene que estar donde está el sufrimiento» (Romero, O., Homilía del 30-10-1977).
Siempre recordaremos las enseñanzas de Óscar, en sus diferentes facetas como son: hermano, misionero, presbítero, amigo, defensor de los otros, etc. —a pesar de que a veces fuese demasiado exigente—, su grato sentido de humor y su inquebrantable terquedad que, sin duda alguna, fue lo que le ayudó a no desistir ni a doblegarse en aquellos proyectos que beneficiaron a los más vulnerables; su perspectiva crítica, liberadora, fraternal y ante todo, su actitud solidaria, como aquel gesto memorable que los profesores de la CNTE (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación) no olvidan: cuando fueron desplazados forzadamente del zócalo capitalino en 2013 y él les facilitó, en diálogo con su comunidad, algunas instalaciones de San Hipólito como refugio ante la situación de represión excesivamente violenta.
La vida de Óscar nos motiva a no desistir en trabajar en favor de los empobrecidos, atendiendo no sólo las consecuencias, sino las causas. A nivel provincial y congregacional nos invita a ejercer la prudencia, la astucia y la terca firmeza, ejerciendo el derecho al diálogo y hasta presionando por las opciones que colectivamente hicimos en distintas instancias capitulares. Afortunadamente, muchas veces Óscar contó con equipos que le acompañaron en sus búsquedas misioneras, pero en otras ocasiones tuvo que afianzar su trabajo personal, con astucia, firmeza y creatividad, sobre todo cuando tareas pastorales semejantes ya habían sido aceptadas como opciones congregacionales (como son los migrantes o las víctimas de cualquier índole).
En definitiva, su incansable itinerario misionero al estilo claretiano, nos recuerda que, «la historia la hacen los que abren espacios de vida con su vida… La historia la haces Tú que alientas el aliento de esos hombres y les enseñas a perder la vida para que haya vida, para que no haya cadáveres ambulantes de explotación, de tiranía y de muerte» (P. Loidi).