La llegada fue pausada y segura a lo largo de la tarde. Las distancias y los medios de transporte también contaron.
La mesa común, bien abastada de paz y de fraternidad, fue el signo de la unidad claretiana. El abrazo fraterno y la alegría del encuentro, aparecieron desde el primer momento. Entre la sopa y el amor lo primero no fue lo mejor.
Morelia, monumental y hermosa, urdimbre de piedra y cultura, que fuera en la Colonia preferida novia de cantera y verde jardín de la Nueva España, nos favoreció con un clima espléndido, agradable y de amigos.
Propusimos centrarnos en nuestra espiritualidad y en nuestra misión, tema escogido por los padres superiores de nuestras casas, pero con discernimiento suficiente, con madurez y exigencia, para hacer más creíble nuestra misión claretiana en México.
Ya al caer la tarde moreliana, llegamos con alegría al encuentro del Señor en la Eucaristía concelebrada, que presidió el padre Provincial. En la exhortación después del evangelio nos dijo: “Debemos centrarnos en lo esencial de nuestra vida misionera claretiana. No podemos vivir desconectados en un mundo de comunicaciones excelentes e inmediatas. Queremos conectarnos con Dios y con el mundo, con la Congragación y con el mundo”.