Ahora, con la posibilidad de insistir en algunas de ellas, pretendemos abrir el diálogo sereno y lúcido para decidir aquellos criterios y herramientas válidos para mejorar nuestro servicio en la provincia durante el próximo trienio. Podemos centrar la reflexión en tres preguntas: ¿Qué hacer cuando el rol de la autoridad está en crisis? ¿Por qué el superior está llamado ser más que un funcionario? Y ¿Qué criterios prácticos pueden guiar el servicio de un superior en la comunidad?
Desempeñar el rol de autoridad, un reto en nuestro tiempo
Desempeñar un servicio de autoridad hoy resulta poco atractivo y poco deseable. Con el paso del tiempo, aquella figura sagrada e intocable, inclúyase al profesor, al presidente, al sacerdote, etc., hoy es fácilmente confrontada y a veces hasta agredida. Sí, todo rol de autoridad, incluyendo la del superior claretiano, está en crisis. Aunque pensándolo bien, la crisis es mala sólo para el pesimista y para el quejoso. Ellos subrayan con nostalgia el pasado como “los tiempos mejores” y, si es que no los habitan imaginariamente, regresan a ella con frecuencia. Estamos convencidos, de nada nos sirve vivir en la queja; ésta enfatiza las emociones negativas, nos hace permanecer en el pasado, malgastamos la energía creativa, nos impide actuar, aniquila toda posibilidad de cambio y multiplica nuestros pensamientos y sentimientos negativos.
Para otros, la crisis no es tan mala, sobre todo cuando la subrayan como reto y oportunidad. La palabra crisis tiene su raíz griega y significa: juzgar, elegir, decidir. Nos invita a ver claro lo que está equivocado para modificarlo. Para los que ven la crisis así, podemos decir, la asumen con responsabilidad. No olvidemos, la palabra responsabilidad, del latín responsum abilitas, indica la capacidad de responder adecuadamente ante una eventualidad.
Para el superior claretiano, una salida fácil y conformista ante la crisis es vivir en el desencanto; la misma que puede llevarnos a la herejía de pensar que nuestra comunidad, instrumento de Dios, ya no tiene nada que decir al mundo.
El superior claretiano es más que un funcionario. El papa Francisco, en su visita a México, el 16 de febrero del 2016, en la misa con consagrados nos dijo: “Hay de nosotros si no somos testigos de lo que hemos visto y oído… No queremos ser funcionarios de lo divino… ser empleados de la empresa de Dios…” Ser superior en la comunidad claretiana es mucho más que cuidar horarios, y delegar responsabilidades a los misioneros, esto es ser un funcionario. Todavía más, nuestro servicio en la comunidad nos pide superar los esfuerzos “mínimos”. Es decir, nuestra oración común, algunas veces reducida al rezo de los salmos en 10 o 15 minutos, debe sustituirse por aquella que “alimenta el encuentro con los hermanos, el compromiso con el mundo y la pasión evangelizadora” (EG 78). El Retiro mensual, al que dedicamos tres “generosas horas”, debería ser ocasión para la práctica del silencio contemplativo y de la lectio divina. El retiro, vivido con celo, nos llevaría a superar la práctica rutinaria y conformista para adentrarnos a misterio íntegro de Cristo. Nuestra reunión plenaria, reducida en ocasiones a la programación y distribución de actividades, debería abrirnos al diálogo para evaluar y profundizar nuestros compromisos pastorales y comunitarios, de tal manera que la revisión de estilo de vida, obras y posiciones sea uno de nuestros hábitos ordinarios.
La participación del superior en su comunidad, más allá de reducirlo a lo funcional, conlleva el compromiso de despertar y mantener viva la utopía de la vocación misionera. Tal utopía consiste en cuidar, cada día, el objeto propio de nuestra congregación en el mundo: “buscar la gloria de Dios, la santificación de sus miembros y la salvación de los hombres de todo el mundo” (CC 2). Convertirnos en funcionarios de lo divino equivaldrá a echarnos a dormir en la hamaca y esto, si lo pensamos bien, es grave.
Algunos criterios prácticos para el superior claretiano
Tener su objetivo claro
En cierta ocasión un maestro budista lleva al discípulo al campo, el maestro lleva en sus manos una venda, un arco con la flecha y una flor. Después de fijar la flor en un árbol, se alejan cerca de 25 metros. El maestro, con el arco y la flecha en la mano, pide al alumno le vende los ojos. El maestro le pide, además, lo oriente para disparar a la flor. Ya orientado dispara y falla. El alumno le dice: maestro pensé que me sorprenderías dando en el blanco. El maestro responde, de esto se trata la lección hoy, si no tienes puesta tu mirada en el objetivo de tu vida, vas a fallar. ¿Cómo superior, cuál es tu objetivo en tu comunidad, durante este trienio? ¿Te lo has preguntado? El aporte de la anterior sesión nos dijo: “El objetivo del superior es centrar vocacionalmente a las personas”.
Estar motivado
La motivación puede ser definida como la dirección, la intensidad y la perseverancia de un comportamiento dirigido hacia un objetivo. La palabra motivación se compone de dos palabras: motivo – acción. Un superior deprimido o distraído puede abandonar el timón del liderazgo en su comunidad. Y esto, por las razones que fueran, convierte a su comunidad en un barco sin brújula, lo dijimos en las pasadas visitas canónicas. En cambio, un superior motivado y que asume su rol con creatividad lleva a buen puerto a sus hermanos. La motivación de un superior – líder la manifiesta en su puntualidad a los compromisos adquiridos, especialmente los comunitarios. También en su comunicación asertiva, es decir, saca lo mejor de toda experiencia, aún de las negativas. Manifiesta su motivación en su alegría cotidiana y en su iniciativa por recrear las cosas.
Motiva a sus hermanos
La motivación a su comunidad debe ser continua, no ocasional. Para ello necesita aprovechar cada mañana, cada acontecimiento, cada oportunidad. Especialmente se encarga de los deprimidos y distraídos; los integra a la dinámica comunitaria. Tiene hacia ellos una actitud empática, la misma que le permite escucharlos con los oídos, pero sobre todo con el corazón fraterno. Como el Buen pastor cuida de la oveja extraviada, buscar dialogar cordialmente, no como juez perfecto. Su éxito, muy importante, lo basa en el reconocimiento de los logros comunitarios y los de cada persona.
Planea y evalúa con sus hermanos
Toda motivación tiene un objetivo claro; con él, el esfuerzo de la comunidad es dirigido hacia la misión encomendada. Sin la planeación gastamos energías en lo secundario; algunas veces somos desviados a un individualismo frustrante. Es importante que, si no se cuenta con la metodología de la planeación pastoral y de la vida comunitaria, nos auxiliemos del pedagogo. La cultura de la evaluación es tan importante como la de la planeación. Evaluar nos permite medir los resultados alcanzados en un tiempo programado y, cuando lo amerite, corregir lo necesario.
Celebrar y agradecer
Celebrar y agradecer todo logro de la comunidad cultiva los sentimientos positivos y orienta los esfuerzos a nuevas metas o a mejorar las realizadas. En nuestra agenda claretiana tenemos marcadas fechas para cultivar nuestro sentido de familia y reconocer los esfuerzos y los objetivos logrados; incluyamos el día de la congregación y el del fundador. También los aniversarios de los hermanos de comunidad. Celebrar y agradecer es clave para nuestra vida fraterna y misionera.
Conclusión
El compromiso de superior claretiano en la comunidad hoy resulta clave para hacer realidad el sueño misionero de Claret. Para desempeñarlo con creatividad necesitará del discernimiento, del diálogo fraterno y de la toma de decisiones valientes.
P. Enrique Mascorro López, cmf